La Flotilla Libertadora

“Los derechos se toman, no se piden;
se arrancan, no se mendigan.”
-José Martí-

La historia es un espejo de lo que somos. Por ello, con motivo del Mes de la Patria, deseo iniciar este ensayo con la proclama del presidente dominicano Manuel Jiménez, del 17 de diciembre de 1848, ante la inminente invasión de Souluque: “Empuñemos de nuevo nuestras armas con el mismo fervor, denuedo, valor, unión y patriotismo, hasta convencerlos (a los haitianos) que los dominicanos hemos jurado, unánimemente, reducirnos a cenizas, antes que sucumbir a la usurpación haitiana”.

Esto así, porque creo fi rmemente que esta celebración patriótica debería ser de tributo permanente, con hechos, a las glorias inmarcesibles de nuestros héroes fundadores, a propósito de lo cual cito un breve epítome que siempre debemos recordar para entender nuestra historia: “Fuimos desde 1492 a 1795, colonia española; luego, después de las intentonas invasoras de Toussaint Louverture( 1801) y de Dessalines (1805), de 1795 a 1808, colonia francesa; y de nuevo, de 1808 hasta 1822, colonia española; siendo invadidos por las huestes haitianas al mando de Jean Pierre Boyer por 22 largos años, hasta que el patricio Juan Pablo Duarte creó la estructura sobre la cual se sustentó nuestra guerra libertadora, matriz de nuestra independencia que nos liberó de la dominación haitiana, bajo la ley del sable, desde la Fuente de Rodeo (1844) hasta Sabana Larga (1856)”.

En ese devenir, la Flotilla Naval Dominicana, que tuvo su génesis juntó al glorioso Ejército libertador (ver la Constitución del 6 de noviembre de 1844 en su Art. 185: “La Fuerza Armada se divide en Ejército de Tierra, Armada Nacional y Guardia Cívica”), por disposición de la Junta Central Gubernativa, en marzo de 1844, tuvo como primer comandante al marino genovés Juan Bautista Cambiaso Chiozzone, seguido por otro genovés, Juan Bautista Maggiolo, junto al marino dominicano, hijo de la prócer independentista María Baltasara de los Reyes, Juan Alejandro Acosta (primer almirante dominicano), quienes tuvieron la tarea de organizar nuestra primera fl ota de guerra, para iniciar la estrategia conjunta de combatir por tierra y mar a las entonces poderosas fuerzas terrestres y navales haitianas.

La fl ota se conformó inicialmente con el bergantín Leonor, la goleta María Chica y la goleta María Luisa. Como buque insignia (símbolo fl otante de La Armada) se destinó el imponente bergantín Separación Dominicana, designándose al comandante Juan Bautista Cambiaso, jefe de la Flotilla Naval. Otros buques de guerra incorporados a la fl ota fueron las goletas 27 de Febrero, Constitución, Libertador, Merced, 19 de Marzo, India, Ozama, María Juana, 30 de Marzo, Esperanza; la corbeta Congreso y el bergantín San José.

Es importante resaltar que desde la génesis de la contienda emancipadora se reconoció la importancia de La Armada en la gesta independentista, principalmente después del éxito militar en la Batalla Naval de Tortuguero, el 15 de abril de 1844, sobre todo, a partir de la resistencia haitiana en reconocer nuestra independencia en el 1845, acrecentado este sentir por la indignación que produjo el salvaje acto pirata en perjuicio de una familia dominicana que se dirigía en una embarcación al bautizo de una niña en Puerto Plata, con una crueldad tal que colgaron a todos, ancianos, jóvenes y niños, de los mástiles del buque pirata haitiano, exhibiendo los cuerpos frente a Montecristi.

Asimismo, la preocupación por el poderío naval que ostentaban las fuerzas militares haitianas motivó la incorporación, como buque insignia, de la fragata Cibao, donada por los cibaeños, y dotada con la potente artillería de veinte cañones y seis metrallas.

Dichas piezas de artillería fueron rescatadas del buque de guerra francés Diómedes Imperial, que zozobró en Palenque en 1806. Los buques de la Armada disponían de fusiles y lanzas para ser utilizados en abordajes, asaltos a instalaciones terrestres militares y en operaciones de cabezas de playas.

De ahí que la visión estratégica que tuvo Duarte, de sacar provecho como isla al poder naval para optimizar las tareas de combate, bajo el concepto de operaciones conjuntas, marítimas y terrestres; abarloadas al soporte logístico y operacional (transporte de tropas, alimentos y pertrechos de guerra), así como poder de fuego desde el mar, dio excelentes resultados, fortaleciendo nuestro Ejército libertador en enfrentamientos bélicos trascendentales, tales como Las Carreras, Beller y Sabana Larga.

Después de hacer creer que aceptaba la independencia nuestra, el Congreso haitiano, el 4 de marzo del épico 1844, declaró la guerra a la naciente República Dominicana, califi cándonos con el término peyorativo de “los insurgentes del Este”, razón por la cual la Junta Central Gubernativa reaccionó activando los otrora Regimientos 31 y 32, formados en la ocupación, los cuales posteriormente fueron denominados Regimiento 1ro.

Dominicano y 2do. Ozama, de infantería de Marina, en apoyo al Ejército regular y a la Guardia Cívica, bajo el mando de los coroneles Juan Contreras, Manuel Mora y Feliciano Martínez, unifi cándolos en Azua con la Guardia Nacional de Baní y San Cristóbal, y asignándoles las goletas de guerra Leonor y María Chica como destacamentos móviles.

La infantería de Marina dominicana, con el apoyo ofensivo de sus bravíos regimientos, se batió con el Ejército haitiano a machete y pólvora en combates como Las Hicoteas, Los Quemadillos, Azua, Santomé, La Estrelleta, El Número, Cachimán, El Puerto y Las Caobas.

En 1862, nuestra gloriosa fl otilla naval, con una estela de honor, valor y sacrifi cio por sus aportes a la noble causa independentista, fue disuelta por los anexionistas y sus buques vendidos en pública subasta, hasta ser rescatada, a fi nales del SXIX y a inicios del SXX, por dos dictadores: Lilís y Trujillo, navegando en este nuevo milenio al servicio del Estado y la democracia.

Este mes de la Patria izemos orgullosos nuestras banderas en hogares, ofi cinas públicas y privadas, escuelas y lugares de diversión, motivando a que, principalmente en los colegios y escuelas, se cante el Himno Nacional, como muestra cívica y legado de dominicanidad, a fi n de que retomemos el rumbo que nos lleve al puerto de la dignidad (como la mostrada por nuestro Presidente recientemente en la Cumbre del CELAC), con progreso, resaltando la identidad nacional, con Dios como timonel, para así poder reconstruir una sociedad sustentada en valores con el catalejo puesto en el buque insignia, la familia, estrella polar y núcleo primigenio de socialización humana.

Dios, Patria y Libertad! ¡ Qué viva la República Dominicana! 

Fuente: http://www.listindiario.com.do/puntos-de-vista/2014/2/7/309916/La-flotilla-libertadora

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