Las principales fuerzas vivas de Puerto Plata se han sacudido de la
tradicional indolencia de los dominicanos, para decidirse a iniciar una
tarea mancomunada de voluntades y de acción, devolviéndole a la
provincia la primacía que alcanzó en la década del 70 con el Gobierno
del doctor Balaguer, que dio inicio a las grandes inversiones, para
hacer de esa zona el primer polo turístico.
De esa manera, en base un programa lleno de proyectos, Puerto Plata
se convirtió en un polo turístico que nació con sus debilidades
congénitas, y para 1990 fue perdiendo su empuje, al verse desplazado por
los polos turísticos del Este. El turismo de la zona se derrumbó en más
de un 65% por el trato y maltrato que recibían los que llegaban en los
cruceros que semanalmente atracaban en el puerto de la ciudad. Además
estaba el problema del clima, ya que la temporada turística coincide con
la mayor frecuencia de lluvias y oleajes desde diciembre hasta abril.
Las visitas de los turistas, aparte del programa que se preparaba
para la presentación de un show típico, incluía la visita a la loma de
Isabel de Torres con el uso del Teleférico, a la bodega de Brugal, el
fuerte de San Felipe, la zona victoriana de la ciudad, la casa de
Luperón, museo del ámbar, la hermosa y bella iglesia con la peculiar
glorieta del parque, aparte del disfrute de los numerosos hoteles que
existían en Playa Dorada.
De repente, todos esos atractivos en la década del 90 comenzaron a
verse desolados por la falta de visitantes, al retirarse del puerto los
barcos cargados de turistas que semanalmente llegaban, y en
consecuencia, la disminución de la promoción del lugar impactó en la
llegada de los vuelos desde Europa y Estados Unidos, ya que la agresiva
actuación de los sindicatos de choferes, de guías, así como la presencia
de los maleantes, que como supuestos padres de familia atemorizaron de
mala manera a los turistas, que preferían no desembarcar y se quedaban
en los barcos hasta la hora de salida hacia otros puertos del Caribe con
mayor seguridad, atractivos y gentileza de las gentes.
Al toparse los inversionistas con sus inversiones paralizadas, y poco
rendimiento, los hoteles vacíos y deteriorándose con una escasa
ocupación, que no llegaba a superar el 40%, se dieron cuenta de sus
errores y de la necesidad de relanzar las ofertas turísticas de la
región, aceptando que la culpa del colapso no solo la tenían los padres
de familias de los choferes, guías, buscones, etcétera, sino que estaba
en ellos mismos por un egocentrismo equivocado, en que cada quien quería
ser el que más descollara, en lugar de arrimarse para que hombro con
hombro impulsar de nuevo a Puerto Plata hacia el sitial de un polo
turístico de gran aceptación mundial.
En la actualidad se nota una gran preocupación por reactivar a la
ciudad en base de su despertar turístico. Las atractivas condiciones que
exhiben sus casas victorianas es muestra de un gran esfuerzo, para que
esas calles estrechas de la parte vieja de la ciudad sean parte del
atractivo y hasta más notable será cuando se complete la restauración y
remodelación de la residencia del afamado galeno Ricardo Limardo,
enclavada en una hermosa área tropical de tupida vegetación. De seguro
podría ser un gran museo.
“Yo creo en Puerto Plata” es la consigna que se ha adueñado de los
puertoplateños. La misma es el aglutinante de un propósito desarrollista
a medida que avanza la construcción del moderno muelle para
trasatlánticos en la bahía de Maimón, con lo cual esa inversión será de
por sí el motor para que más puertoplateños se integren a un proceso
colectivo de sacudirse del sanbenito de culpabilidad por el desplome del
turismo de la década del 90 del siglo pasado. Se creía que estaba
asegurada la prosperidad de la zona al norte de la cordillera
septentrional, que abarca desde el este a Sosúa y Cabarete con su
peculiar atractivo turístico con sus vientos, y en el oeste a Maimón,
Luperón, Imbert con los 27 saltos de la Damajagua, Estero Hondo y Punta
Rucia.
http://hoy.com.do/yo-creo-en-puerto-plata/autor/fabio-herrera-minino/
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